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  • Foto del escritorMaría Del Carmen Franco

En la Aletósfera

En estos tiempos de confinamiento, es imperante que las prácticas psicoanalíticas sean llevadas lo más posible dentro del dispositivo analítico. Creemos que la transferencia puede establecerse a la distancia y es una posibilidad de trabajo. La situación actual nos pone a dirimir si es psicoanálisis o no lo que se hace a distancia. No es el objetivo de este trabajo llegar a una u otra conclusión sino abonar a la discusión. Para ello por cuestiones de tiempo, trataremos de abordar brevemente algunos puntos que consideramos necesarios para abundar en la discusión.

  1. ¿Qué es el psicoanálisis?

En términos sucintos, el psicoanálisis es esa práctica lenguajera [1] (Braunstein 2006) que pone en juego la palabra y toda su fuerza simbólica. Desde mi punto de vista es una disciplina sui géneris. No hay otra como esa, porque tiene una vertiente epistemológica sin ser filosofía y trata con el dolor de la existencia humana sin ser ciencia. Pone en juego el invento-descubrimiento freudiano de lo inconsciente para movilizar el deseo y el goce, no tiene fines curativos, entendidos como la eliminación de los síntomas, a diferencia de los tratamientos cosméticos. Ofrece la posibilidad del surgimiento de un sujeto del psicoanálisis que se enfrente con su deseo y asuma la responsabilidad que le toca, pasar de la impotencia a la imposibilidad, asumir la falta y el sufrimiento psíquico de la existencia y el deseo aflore siempre con problemas, el psicoanálisis no hace falsas promesas de armonía de la vida. Para ello hace falta alguien que sostenga ese lugar que posibilite lo anterior, por eso el analista se coloca en un no-lugar, que cuando el analizante cree que lo encontró, el analista cambia de lugar para que no se acomoden en un juego imaginario. Una práctica que permite que la palabra aflore, para que a través de ella el sujeto del inconsciente aparezca y se interrogue sobre lo que tiene que ver con lo que le pasa, aparezca su deseo y las formas sufrientes que tiene para evitarlo. Una práctica que permite al sujeto hacerse responsable de todo eso que le sucede, de su verdad y de su saber no sabido. Para esa práctica se necesita un soporte, un escucha, no una persona: un analista que hace semblante de causa de deseo, uno que no se cree todo lo el saber que le deposita el analizante, pero que con ello permite que sea el mismo analizante que se escuche y se sorprenda con sus palabras, aquél que permita fluir a las palabras, que flexibilice ese diafragma de la palabra para que pueda surgir. Para que se las arregle con ese dolor de la existencia hasta donde quiera, ya que poner un fin determinado del análisis es crear otro nuevo ideal al que habría que llegar. El analizante llega hasta donde quiere, hasta donde le es posible y no hasta donde el analista diga. Es responsable de su propio análisis.

  1. El dispositivo analítico.

Primero veamos ¿Qué es un dispositivo? Según la RAE

1. adj. Que dispone.

2. adj. Der. Dicho de una legislación: Que se aplica a un contrato si las partes no establecen lo contrario.

3. m. Mecanismo o artificio para producir una acción prevista.

4. m. Organización para acometer una acción.

5. f. desus. Disposición, expedición y aptitud.

Según el diccionario de uso del español de María Moliner (Moliner 2007)

(Del lat. Despositus. Dispuesto) m. Conjunto de cosas combinadas que se utiliza para hacer o facilitar un trabajo o para una función especial: Un dispositivo para que, al abrir la puerta, suene un timbre [para tender la ropa, para cambiar las vías del ferrocarril a distancia] ~ Artificio. Adminículo, amaño, *aparato,*aparejo, *arreglo, *artefacto, *artificio, artilugio, instrumento, *máquina, *mecanismo, medio, pertrechos, servomecanismo,*utensilio, útil.

Así el dispositivo puede ser entendido entonces como cualquier cosa, desde un servomecanismo como un teléfono celular hasta en términos filosóficos. De esta forma, el dispositivo es según Foucault en una entrevista de 1977: “un conjunto absolutamente heterogéneo que incluye discursos, instituciones, estructuras arquitectónicas, decisiones regulativas, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, molares y filantrópicas, en definitiva: tanto lo dicho como lo no dicho, he ahí los elementos del dispositivo. El dispositivo es la red que se establece entre esos elementos…” (Agamben 2015, p.10) también tiene una función estratégica y concreta inscrita en una relación de poder y por eso resulta del cruce entre las relaciones de poder y saber.

Por su parte Agamben propone que los dispositivos no son accidentales sino que tienen su raíz en el mismo proceso de hominización. Tiene tantas posibilidades que el dispositivo puede ser cualquier instrumento o gadget, así, nuestras computadoras, tabletas o teléfonos celulares están en esa categoría, como también las instituciones planteadas por Foucault: familia, maternidad, escuela, cárcel, etcétera.

Podemos pensar que según lo anterior, el dispositivo analítico se activa en una sesión de análisis, no se trata de convenciones rituales, el dispositivo no es necesariamente el consultorio, sino de un cierto tratamiento del poder que en el caso del psicoanálisis se desestima para producir en todo caso, un nuevo posicionamiento frente a la falta. Es decir si bien todo puede ser un dispositivo que subjetiva y desubjetiva, el dispositivo analítico se pone en marcha en esa complicada red de relaciones que favorecen la producción de un nuevo algo: un nuevo punto de vista, una duda sobre las certezas, otra forma de entender lo que se dice, sorpresas de escucharse decir algo, etcétera. Es decir, cubre la función de dispositivo en tanto confronta al sujeto mismo con los dispositivos que lo conforman y tome una posición. El analista no desconoce que se trata de relaciones de poder y saber sino que al saberlo dimite de ejercer esa posición y está escuchando lo que se teja en esa complicada red citada. Si esto es así, el dispositivo analítico puede darse en esas condiciones cuidadas del consultorio, pero también puede darse en diversas circunstancias. Para ello solo hay que recordar el caso de Katharina, aquella muchacha de dieciocho años que estaba, según su propio decir, enferma de los nervios, le faltaba el aire y creía que se iba a ahogar.

Escribe Freud (Freud 1996 (1893), p.141) que cierto día se desvió de la ruta principal para ascender a un retirado monte. Llegó a la cima tras dura ascensión y cuando se encontraba absorto en el paisaje escuchó la pregunta de Katharina ¿El señor es un doctor?, se entiende que estaban de pie mientras mantenían el diálogo inicial. Todavía de pie le pregunta ¿y de qué sufre usted? Ella le contesta que le falta el aire, pero que muchas veces creía que se iba a ahogar. –Tome usted asiento. Le dice Freud. Lo que implica que en esas alturas, en ese espacio abierto, se abre la posibilidad de establecer un dispositivo cuando considera que debía arriesgarse con “una simple plática”, el doctor hace una hipótesis y le pregunta acerca de su prima ¿qué historia es esa de la muchacha? , ¿no quiere contármela usted? Después de las preguntas y las respuestas que surgen en ese episodio, Katharina está como transfigurada dice el Doctor; el rostro con expresión de fastidio y pesadumbre se había animado; tiene los ojos brillantes, está aliviada y renovada.

Otro ejemplo del mismo autor fue cuando estando de vacaciones en Holanda en 1910, recibió un telegrama de Mahler el músico vienés solicitando una entrevista. Después canceló la cita en otro telegrama, luego envió otro voviéndola a pedir y otro cancelándola otra vez. Freud empieza su trabajo: le dio un ultimátum. Solo tendría una vez más la oportunidad. Fue cuando Mahler apareció. En un hotel de Leyden se encontraron, tras una breve entrevista, el análisis comenzó a la intemperie con toda la ciudad por espacio. Caminaron alrededor de cuatro horas hablando de los problemas de Mahler con su esposa Alma. Freud interviene en varias ocasiones haciendo preguntas, formula una serie de preguntas que sacuden al músico y así dice (Arango 2010) la larga sesión fue exitosa porque el músico se dio cuenta de algunas cosas que no lo que nos convoca aquí.

Estos dos ejemplos, muestran que el dispositivo no está en el consultorio. Sino en la red de relaciones que se entretejen en un encuentro con un analista.

  1. La Aletósfera.

Así como la tierra se rodea de esferas: litósfera que se refiere a la corteza terrestre, la hidrósfera a los mantos de agua y océanos, la biósfera que se refiere a todos los organismos vivos, la atmósfera conjunto de gases que rodean la tierra y otras clasificaciones como la noósfera que incluye a los seres vivos dotados de inteligencia; Lacan En el seminario diecisiete, propone una nueva esfera que rodearía a la tierra no importa lo alejado que se esté de ella. Una en donde se sitúan las fabricaciones científicas que son efectos de la verdad formalizada. Esta esfera está formada por ondas hertzianas u otras, entrecruzándose sin que tengamos la menor idea de ello. Se sirve de aquello que no estaría oculto, el develamiento del ser: la aleteia, conforma así el término aletósfera. “Si tienes un pequeño micro, te conectas con la aletósfera” (Lacan, El seminario, El reverso del Psicoanálisis 1996 (1970), p.173) La voz humana funciona como a minúscula, como causa de deseo, pero que no descubre su verdad. Es también donde introduce las letosas, esos pequeños objetos a minúsculas que causan deseo, “en la medida en que ahora es la ciencia quien lo gobierna, piénsenlos como letosas”. Introdujimos la letosa aquí porque es la que permitiría a través de los teléfonos celulares, computadoras o teléfonos de casa, mantenernos dentro de la aletósfera para que sea a través de ellas, que la voz del analizante llegue al analista. La letosa es imposible de sostener y con esta imposibilidad se define aquí lo real, y, si es real que existe el analista, es precisamente porque es imposible.

  1. Discusión

Ahora bien, si tenemos en cuenta que el psicoanálisis es la práctica que dijimos y que el dispositivo analítico puede establecerse casi en cualquier lugar, que no se trata de lugares específicos y que además esa voz del analista con solo pronunciando un: (¿y?) promueve que el otro hable, sabiendo que está dentro de la aletósfera ¿se puede llevar a cabo un psicoanálisis? Hay que aclarar que no hay respuestas totalitarias, no es posible decir un sí o un no contundente. La voz del analista abre la posibilidad de que suceda o no el análisis. Los que hemos trabajado a distancia, vemos que la transferencia se establece y que es posible que haya movimientos internos. El espacio del consultorio, muy importante por cierto, no asegura que sucedan esos movimientos, a veces pasan sesiones enteras en que la persona habla y no aparece el sujeto de los inconsciente y cuando menos se lo espera el sujeto mismo y el analista, aparece en un lapsus u olvido. El consultorio como dispositivo analítico sin duda es sustancial, es cuando el analista coloca su cuerpo de por medio para que se establezca la transferencia, para que toda esa red de relaciones entre normas, lugares, cosas, arquitectura, etcétera, sea cuestionada. Como diría Lacan en el seminario once: “La propia presencia del analista es una manifestación del inconsciente, de modo tal que cuando en nuestros días se manifiesta en ciertos encuentros como rechazo del inconsciente –es una tendencia, y confesa, en el pensamiento que algunos formulan- esto también hay que integrarlo al concepto de inconsciente.” (Lacan 2008 (1964), p.132)

Es importante reflexionar sobre esto, sobre todo en estos tiempos de confinamiento, de gente que necesita hablar, hablar no para que se les diga que le echen ganas, ni para que les digan que tienen qué hacer, hablar para tratar de pasar por palabras todo aquello que las aqueja, a lo que le temen, hablar para ser escuchados de otro modo, hablar para decir que ya no pueden más, que han pensado en el suicidio, que no saben que van a hacer con sus hijos ahora que el padre murió de covid, o bien que no han podido “pegar el ojo” en toda la noche. Hablar para decir cosas que no sabían que sabían y escucharse.

Con todo lo anterior, para terminar apretadamente y seguir sin respuesta. Comentaremos que en las circunstancias actuales de confinamiento, se hace lo que se puede. Hacer lo que se puede desde el lugar del analista no es poca cosa, no hay que minimizar. Y lo que se puede es escuchar esos significantes que atraviesan al sujeto provocando efectos. Desde mi punto de vista sería un error mantenerse rígidos y solamente trabajar en el consultorio.

BIBLIOGRAFÍA

Agamben, Giorgio. ¿Qué es un dispositivo? Barcelona, España: Anagrama, 2015.

Arango, Ariel. La madre voluptuosa. Rosario, Argentina: ACA Ediciones, 2010.

Braunstein, Néstor. El Goce. Un concepto lacaniano. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI Editores , 2006.

Freud, Sigmund. Estudios sobre la Histeria. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu, 1996 (1893).

Jaques, Lacan. El seminario, El reverso del Psicoanálisis. Buenos Aires, Argentina: Paidós, 1996 (1970).

Lacan, Jaques. El seminario. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires, Argentina: Paidós, 2008 (1964).

Moliner, María. Diccionario del Uso del Español. Madrid, España: Gredos, 2007.

[1] Coincidimos con Braunstein en este concepto.

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