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María del Carmen Franco Chávez

DESEO, GOCE, ANGUSTIA Y AMOR


Me encontré este trabajo de hace muchos años, pero me gustó. Lo comparto

DESEO, GOCE, ANGUSTIA Y AMOR

En este ensayo, se pretende iniciar la discusión personal sobre las relaciones que existen entre el goce, la angustia, el deseo y el amor. En otro artículo[1] se habló sobre la estrecha relación entre el goce y el amor, es más sobre la imposibilidad de hablar del sujeto del deseo sin hablar del sujeto del goce y el papel del amor en esta relación. En aquella ocasión se mencionaba en una nota de pie de página el papel de la angustia en esta intrincada relación.

En esta ocasión se pretende dar un paso más sobre lo que se quedó pendiente, en ese sentido se pretende hablar de la angustia y su relación con el goce y el deseo así como el papel que juegan estos elementos en la constitución del sujeto. Sin olvidar el papel de lo ominoso, de la compulsión de repetición, de la pulsión de muerte, es decir del lado oscuro de la luna.

Lo Ominoso.

La primera pregunta que podría plantearse aquí, es: ¿Qué relación tiene lo ominoso con la angustia? Veamos, primero en qué consiste eso ominoso. Freud en su escrito sobre el tema plantea que trata sobre el porqué aunque un psicoanalista trabaja con otros estratos de la vida anímica, “quizá deba interesarse por material de la estética, “entendida de la manera kantiana. Pero, ¿por qué interesarse?, lo ominoso y las aportaciones de Freud al respecto no son para nada desdeñables. En retrospectiva, como todo en psicoanálisis, se observó la importancia de su aportación.

Unheimlich, como opuesto de heimlich, puede inferirse que es terrorífico porque no es consabido ni familiar ¿cómo es posible esto? Freud mismo contesta nuestra pregunta más adelante basándose en Schelling que Todo lo que estando destinado a permanecer en secreto, en lo oculto, ha salido a la luz[2] No es ominoso lo que se considera como terrorífico en la cultura, aunque lo ominoso sea terrorífico. Esto parece complicado pero no lo es tanto. Devendrá ominoso, será ominoso, aquello que confronte al sujeto con aquello que “se lo puede reconducir a lo reprimido familiar de antiguo”[3]. Esto querría decir que lo que es ominoso para un individuo puede no serlo para otro, ya que en su origen no estuvo ese elemento. Esto nos podría llevar a pensar que es válido aseverar que aunque no sea el mismo elemento para todo sujeto, y porque ello llega a eso, siempre estará marcado por aquello de lo más antiguo familiar reprimido, esto es, según el punto de vista de la que escribe, aquello que lo ha separado, marcado, aquello espantoso pero necesario para que el sujeto devenga en tal. Ya lo planteaba Lacan en el seminario xxii “que el goce como tal esté ligado a la producción de la existencia es algo que les propongo que este año pongamos a prueba”[4]

Podría aparecer aquí lo que pudiera ser la primera relación de lo ominoso con la angustia. Dejemos que esta cuestión la aborde el propio Freud.

Entre esas posibilidades se encuentra la repetición de lo igual como fuente del sentimiento ominoso, ¿la repetición de lo igual?, de qué puede hablar aquí Freud sino es de la compulsión a la repetición que trasciende con mucho el límite del principio del placer y que habla de ello más adelante en su trabajo sobre lo ominoso. Aquello de lo que nos enteramos hasta su escape de lo reprimido, el retorno de lo reprimido: el síntoma. Freud bastante cauteloso plantea condicionalmente que: “si la teoría psicoanalítica acierta cuando asevera que todo afecto de una moción de sentimientos, de cualquier clase que sea, se trasmuda en angustia por obra de la represión, entre los casos de lo que provoca angustia existirá por fuerza un grupo que puede demostrarse que eso angustioso es algo reprimido que retorna. Esta variedad de lo que provoca angustia sería justamente lo ominoso, resultando indiferente que en su origen fuera a su vez algo angustioso o tuviese como portador algún otro afecto[5].

En ese sentido, la angustia es lo que deviene o hace aparecer las cosas como ominosas, confrontándonos de lleno con la falta.

La compulsión a la repetición y la pulsión de muerte.

Años más tarde en su trabajo, “Más allá del principio del placer” Freud plantea claramente el concepto de compulsión a la repetición y que tiene gran nexo con lo ominoso. En ese texto Freud, investigador, atento de las palabras de sus pacientes, sugiere que la compulsión a la repetición es un fenómeno, “que deriva de la naturaleza más íntima de las pulsiones y declara que es lo suficientemente poderosa para hacer caso omiso del principio del placer”[6]. Se da cuenta a través de la clínica que no existe tal imperio del principio del placer, si así fuera, dice Freud, la abrumadora mayoría de los procesos anímicos tendría que llevar al placer, pero no es así. Para ejemplificar su propuesta, retoma el juego de su nieto en donde se arroja el carrete. Lo más importante aquí es esa alternancia entre estar y no –estar, entre presencia-ausencia, lo que nos remite a la primera experiencia de satisfacción, o más bien dicho a la primera experiencia de insatisfacción en donde se hizo necesaria esa ausencia para que fuera retroactivamente señalada esa primera experiencia, que, sin esa primera ausencia, no hubiera sido posible. Esto resulta se suyo ominoso y por lo tanto existen maneras de enfrentarlo, a saber, las estructuras clínicas. Pero, ¿por qué de suyo es ominoso?, pensamos que instaurar la falta, entrar al terreno de lo simbólico, sufrir esa herida en el narcisismo primario, confrontarnos con ese agujero, nunca será agradable, es más, es colocar al sujeto en ese terreno que siempre reprimirá o renegará, pero gracias a eso es que podrá hacerlo vía lenguaje.

Eso marca grandes similitudes entre lo ominoso y la pulsión de muerte. La más pulsional de las pulsiones y que todas las demás llevadas hasta el límite conducirían hacia allá.

Pulsión de muerte reconocida en la clínica psicoanalítica que nos regresa hacia lo inanimado, hacia lo estable, hacia la quietud, hacia la muerte.

De ser así, no queda más que pensar que la angustia, la de castración es ominosa, que se presenta por el agujero imposible de tapar, que la compulsión a la repetición en lo que nos regresa a esa verdad imposible de ser vista, pero a la vez imposible de ser negada.

La angustia y lo ominoso.

Veamos ahora sí, las relaciones entre una y otro. Desde el lado de Lacan, lo ominoso sería lo que presentó como éxtimo, aquello íntimo de si mismo desconocido totalmente, que permite en todo caso la existencia, es decir, lo más internamente profundo que está en lo exterior, lo que impedirá que el sujeto nunca estará habitado por su yo. Sin embargo es imprescindible para el sujeto devenga en tal, para que no quede sujeto del goce del Otro sino del deseo del otro.

También es importante la cita de Lacan en su seminario sobre la angustia sobre Freud y lo ominoso, lo Unheimlich.

En ese mismo seminario, Lacan plantea:

“Como he dicho, la angustia está ligada a todo lo que puede aparecer en ese lugar; y lo que nos lo asegura es un fenómeno al que se le ha acordado tan poca atención que no se llegó a una formulación satisfactoria, unitaria de todas las funciones de la angustia en el campo de nuestra experiencia. Ese fenómeno es el Unheimlichkeit”[7]

Pero, esa angustia diría Lacan, no es aquella ligada a la prohibición de la madre y por la madre, es vivido, como presencia del deseo de la madre ejerciéndose en su lugar. “¿Qué es la angustia en general en la relación con el objeto del deseo?, ¿qué nos enseña aquí la experiencia sino que ella es tentación, no perdida del objeto sino justamente presencia por el hecho del que el objeto no falta?[8]

Se hace necesario mencionar aquí el estadio de espejo para entender esta situación, en la medida que es a través de la mirada de otro que el Yo se precipita en esa Gestalt unificadora. Si pensamos de esta manera, tendríamos entonces dos tipos de angustia: la de castración, constituyente de cierto vacío, cuya función será estructurante y, por otra parte la que se produce por no advenir la primera porque sería caer de lleno en el terreno de la psicosis. Por ahora baste decir que es durante el estadio del espejo, donde el individuo accede a lo simbólico, gracias a lo imaginario, está presente la angustia a través de lo ominoso. En otras palabras podríamos decir del sujeto que se mira en el espejo y que mira que es mirado se pregunta: ¿a quién mira ese Otro?, ¿a mi o al otro?, ¿qué tiene ese otro que es mirado?, ¿quién es ese otro? El estadio del espejo nos develan que es a través de la mirada de otro que el sujeto deviene como tal. Es necesaria la presencia de otro para que mire que es mirado, para que a partir de este punto distinga que él es otro, que existe un yo y un no-yo desde el registro de lo imaginario. Citación por demás terrorífica que confronta al sujeto con su falta y con la posibilidad horripilante del doble y que siempre está presente en las fantasías de los sujetos.

Deseo y Goce

Se planteaba en el anterior trabajo que deseo y goce estaban intrincados con el amor. Si, pero también con la angustia. Lacan plantea a la angustia como la función media entre el goce y el deseo. Es así que cuando un individuo es sujeto del deseo, también es sujeto del goce.

Sin embargo, no hay que oponer el goce al deseo ya que son partes constituyentes del sujeto que se producen digamos al mismo tiempo: sujeto del deseo y sujeto del goce como compensación de esa herida del narcisismo primario, en donde ya no se es todo para la madre, existen cosas más allá del individuo para ella. Como resultado de esta terrible herida, se ve separado y requiere entonces reconquistar al Otro. Hacerse amar por él, satisfaciendo sus exigencias. Al momento anterior a ese, podríamos identificarlo con el goce del ser, anterior la palabra, por ello, con la introducción de esa herida narcisística se instaurará el deseo y también el goce fálico, del que puede hablarse en tanto que perdido, por ello es que el goce y deseo están indisolublemente unidos.

Al parecer, lo anterior queda señalado en el seminario diez en la misma clase citada con anterioridad, cuando Lacan habla sobre el advenimiento del sujeto y del objeto a como lo que se pierde para la significación. “Ahora bien”, dice Lacan, “justamente ese desecho, esa caída, lo que resiste a la significación, viene a constituir el fundamento como tal del sujeto deseante, no ya del sujeto del goce, sino del sujeto en tanto que por la vía de su búsqueda en tanto que goza, que no es búsqueda de su goce sino un querer hacer entrar ese goce en el lugar del Otro como lugar del significante, es allí, por esa vía, que el sujeto se precipita, se anticipa como deseante”[9] pero esta entrada al deseo no es para nada sencilla, se produce una hiancia entre el deseo y el goce. Es ahí donde se sitúa la angustia.

La angustia toma ese lugar que permite al sujeto devenir como sujeto deseante, gozante y del amor según puede desprenderse del trabajo anterior. Porque si bien entre el deseo y el goce media la angustia, es también en ese seminario donde plantea que sólo el amor permite al goce condescender al deseo. En esa línea de pensamiento, podríamos decir que lo que no está en contraposición son el goce y el deseo, sino que son consustanciales, pero podríamos pensar también, siguiendo la línea del trabajo anterior que si bien goce, deseo, amor, vienen juntos, necesariamente debe sumarse la angustia.

Es decir entre el deseo y el goce pueden y están el amor y la angustia no el amor o la angustia, sino los dos juntos también. Es más, es la angustia en su ominosidad la que permite acceder a ser sujetos del goce y del deseo.

Si este planteamiento es cierto, desde la situación psicoanalítica, podríamos suponer que es el amor el que permite asumir y abordar de otra manera, con todo lo que esto implica, la angustia que provoca la imposibilidad de cubrir esa falta. Quien ha pasado por un análisis puede confirmar que es de una manera diferente, desde otro lugar, la manera de asumir la vida, que no quiere decir de ninguna manera tener la vida resuelta, ni la supresión de los síntomas, sino que el sujeto se ha colocado en un lugar diferente, responsabilizándose de sus actos, de sus goces y de sus deseos.

[1] Goce, Deseo y amor en Acheronta

[2] Freud, Lo ominoso. El subrayado es de la que escribe.

[3] Ibid.

[4][4] Lacan el seminario RSI

[5] Ibid. Subrayado nuevamente de la que escribe indicando la discusión de la relación de la angustia que se revela en lo ominoso como articulador del sujeto.

[6] Freud Sigmund, Más allá del Principio del Placer. O. C. XVIII

[7] Lacan Jaques, el seminario. X La angustia, Clase del 5 de diciembre de 1962.

[8] Ibid. Hay que pensar en que es otra forma de preguntar ¿qué pasa si falta la falta?

[9] Ibid

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