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  • María del Carmen Franco Chávez

MALESTAR, VIOLENCIA Y SUBJETIVIDAD


La violencia según cotidianamente se entiende, es una acción o conjunto de acciones que tienen la intención de dañar a otro desigual. Causar daño físico, psicológico, privaciones o interferir con el desarrollo

Es cotidiano escuchar que la violencia va en aumento, escuchamos con horror el número de muertos, asaltos, violaciones, secuestros, extorsiones que llegan hasta la ignominia, trata de mujeres, niños, niñas o migrantes para la explotación sexual o laboral. La violencia permea todos los ámbitos de la vida humana, desde el nacimiento hasta la muerte, está en lo privado, en las familias, con las mujeres y también con los niños a través de lo que ahora se conoce como acoso escolar. Se manifiesta en todo lo demás de espectro de la vida humana.

Primeramente hay que distinguir violencia de agresión. La solución sencilla para la distinción entre una y otra es que la última pertenece efectivamente a la fuerza vital y la violencia es una fuerza mortal; por lo tanto la violencia no es la agresión como tal, sino su exceso que perturba el curso normal de las cosas deseando siempre más y más. La tarea consistiría en librarse de este exceso.

Así, la violencia no solamente se refiere a lo físico, a la agresión innata que conforma nuestra existencia, la parte digamos biológica de cualquier ser vivo, pero bien sabemos que esta parte está sujeta a la cultura y puede transformarse en violencia que se refiere a la utilización de la agresión para hacerle daño al otro que generalmente es desigual en fuerza y en circunstancias. De esta forma todos los que no pueden competir en condiciones iguales son sujetos de la violencia; mujeres que no pueden competir con hombres respecto de su fuerza física, niños que son violentados físicamente por sus madres golpeadoras, los ciudadanos que son sometidos por otros que detentan el emblema del estado, digamos la policía, migrantes que carecen de los mismos derechos que los del país extranjero y que son sometidos por el crimen organizado o la misma policía. La lista podría ser infinita.

Aquí entenderemos la violencia como el exceso de cualquier fuerza, ya sea física, psicológica, económica, de poder, que somete por esa vía a otro desigual. Sin embargo, la violencia puede ser muy sutil hasta no parecerlo; sin embargo, siempre habrá exceso, por ello la violencia social-simbólica pura aparece como su opuesto: la filantropía. Esto lo caracteriza muy bien Žižek a través de su ejemplo de la fachada de la aldea liberal-comunista, a saber, los filántropos que donan millones para la lucha contra el sida, ayudar al teletón, a la lucha contra el narcotráfico o bien a la rehabilitación de los drogadictos o a la educación tolerante, son los que han arruinado esas mismas vidas a través de la especulación financiera. Estos comunistas liberales empatan el mercado y el beneficio mutuo: ofrecen gratuitamente cualquier cosa y se cobra solo por los otros servicios adicionales, se cambia el mundo a través de que todo sea mejor y con acceso a todos. Son más que liberales, resuelven problemas puntuales y para hacerlo han propuesto los marcos lógicos o metodologías de las instituciones supranacionales. Hay que pensar en acciones concretas.

Lo que es común a cualquier definición de violencia, es el exceso, ese lugar que siempre conlleva a la pulsión de muerte, la más pulsional de las pulsiones.

De lo que se trata la violencia entonces, es que como no se puede dominar a los iguales, siempre se tiende a colocarlos en circunstancias desiguales para poder hacerlo.

Pero hay que decir, a riesgo de ser reiterativa, que la agresión es consustancial al sujeto. La psicoanalista Piera Auglanier(2007) habla así la violencia primaria como la agresividad. Para entendernos, esta autora no considera distinción ninguna entre violencia y agresión, siempre habla de violencia, considera que si bien la violencia es constitutiva del sujeto y en consecuencia de la subjetividad, se produce desde que es hablado en el inicio de la vida.

Hay una violencia explícita para todo aquel nace, se incorpora como resultado del deseo de otros al lenguaje, al mundo, a la cultura y por lo tanto a la subjetividad, llega a un mundo que le impone una serie países, idiomas, leyes, rituales y nacionalidades. Hay violencia en el parto y puede haberla desde antes, depende de lo que ese hijo en el vientre represente para cada madre. Es decir que la relación madre-hijo comienza cuando ella se sabe embarazada. Una vez que nace el individuo dice Aulagnier:

“El orden que gobierna los enunciados de la voz materna no tiene nada de aleatorio y se limita a dar testimonio de la sujeción del yo que habla a tres condiciones previas: el sistema de parentesco, la estructura lingüística, las consecuencias que tienen sobre el discurso los afectos que intervienen en la otra escena. Trinomio que es causa de la primera violencia, radical y necesaria, que la psique del infans vivirá en el momento de su encuentro con la voz materna. Esta violencia constituye el resultado y testimonio viviente, y sobre el ser viviente, del carácter específico de este encuentro: la diferencia que existe entre las estructuras conforme a las cuales los dos espacios organizan su representación del mundo. El fenómeno de la violencia, tal como lo entendemos aquí, remite, en primer lugar, a la diferencia que separa a un espacio psíquico, el de la madre, en que la acción de la represión ya se ha producido, de la organización psíquica del infans. La madre. Al menos en principio, es un sujeto en que ya se hay operado la represión e implantado la instancia llamada Yo; el discurso que ella dirige al infans, lleva la doble marca responsable de la violencia que él va a operar. Esta violencia refuerza a su vez en quien la sufre, una división preexistente cuyo origen reside en la bipolaridad originaria que escinde los dos objetivos contradictorios característicos del deseo.”

Esta violencia primaria es según Aulagnier imprescindible, porque le permite al infans separarse a expensas de una primera violación de un espacio al imponer a la psique del bebé, (desde el exterior) elecciones, pensamientos, palabras. A diferencia de la violencia secundaria, que se apoya en su predecesora y que es un exceso de estas violaciones del exterior que son perjudiciales y en contra de esa instancia llamada Yo.

Ahora bien, la violencia atraviesa por todos los ámbitos de la existencia, incluso de eso que crea la existencia: el lenguaje, ya que además de arbitrario, también es violento, está infectado por la violencia, cuando decimos oro, dice Žižek le quitamos con violencia a la cosa un metal de su tejido natural, invistiéndolo, dentro de nuestra ensoñación de riqueza poder, pureza, cosas que no tienen nada que ver con la realidad inmediata del oro.

Estas disquisiciones sobre la violencia nos hacen repensar en Freud y las pulsiones, para el fundador del Psicoanálisis, las pulsiones (en este caso las pulsiones de destrucción) en sí mismas no son ni buenas ni malas, son las leyes de los sujetos las que las inscriben en un lugar o en otro.

No hay que olvidar que las relaciones entre dos sujetos, nunca son entre ellos dos, siempre habrá Otro omnisciente y consustancial que es la Ley, eso nos remite a que lo que llamamos violencia, está inscrito en una posición legal permitida o no permitida. No es permitida para aquellas acciones que ponen en riesgo lo que una sociedad valora o sanciona y está permitida para hacer que se cumpla la Ley, porque de no ser así, la Ley se quedaría en una carta de buenas intenciones, por ello hay que enforzar la ley, es decir dotarla de puniciones para aquellos que la incumplen, la Ley se cumple por este precepto.

Tampoco hay que olvidar que la Justicia es aquello que no hay, que falta, que es aspiracional y que no va de la mano con la Ley. Una acción puede ser perfectamente legal pero injusta. Es la condición de la Ley, sin embargo y esto es importante decirlo hasta el cansancio, no todo está escrito, las leyes pueden cambiar, para ajustarse a lo que se considere justo en ese momento. Es la condición del sujeto: la producción de nuevos significantes. El sujeto nunca logrará la justicia; pero no por ello hay que sujetarse pasivamente a las leyes porque la Ley tiene impactos en la subjetividad, ya que el sujeto que deviene, nace en una sociedad legislada, hay un Otro simbólico y sus cambios tienen efecto en la subjetividad de los sujetos.

La Ley tiene dos caras: por una parte pacifica, instaura el lazo social y la convivencia y por otra provoca la violencia, al señalar el límite donde puede transgredirse, incitando al sujeto a disolver el lazo social al transgredir la Ley bajo el imperativo superyoico de “Goza” al seguir la pulsión anómica[1] de transgresión.

Dice magistralmente Marta Gerez:

Las pulsiones que menciona Freud no son “anteriores” a la encarnación de la ley que es un sujeto, son producto de ella, son producidas por la ley misma: se trata de lo que se llama “malestar en la cultura”: la cultura pacifica, pero crea el malestar. Deseo y pulsión no están “antes”, sino “después”, de que el niño ha entrado en la cultura. Es la presencia o ausencia de reglas lo que establece la distinción entre lo “natural” y lo “cultural” y el niño llega a un mundo regido por normas.

De esta forma, el sujeto puede avanzar hasta el campo no solamente de la transgresión sino llegar hasta el extremo de la violencia que es el homicidio, esa terminación por completo del lazo social del otro. Ahí, es cuando La Ley puede mostrar sin recato su falta, su ambigüedad le permite aplicar la Ley selectivamente. Ya lo decía el Benemérito: A los amigos justicia y gracia, a los enemigos justicia a secas. Esta selectividad se hace con quienes detentan y ejercen el poder político y la violencia económica.

Sin embargo, si tomamos en cuenta el mandato superyoico de gozar (lacanianamente hablando)[2] el sujeto irá más allá de la ley, es decir la violará[3]. Pero si sigue con los mandatos culturales ideales, sustraerá tanta energía a sus mociones pulsionales, que no podrá en función eso ideal que le impone la cultura pero sin que haya armonía alguna, las pulsiones son indomables y por lo tanto en algún momento saldrán a la luz. La ley lo provoca porque de la otra cara que posibilita la convivencia, está la que es atroz y que es remanente del goce y del superyó mortífero, casi sádico a decir de Žižek. Así, tenemos al sujeto eunómico que se sujeta a la Ley y al otro el anómico, donde se rompe con la cohesión social porque no puede acceder a lo simbólico de las palabras y es acosado por el imperativo de goce que le impele lo que la Ley prohíbe: destruir el lazo social a través del crimen. Así sea de violencia extrema o de violencia sutil o económica que de todas formas tendrá efectos aniquiladores en otros. Y, si por otra parte se castiga sin que el criminal asuma subjetivamente la responsabilidad del acto; el castigo no servirá más que para potenciar la violencia que el criminal asume que se ha tenido con él. La justicia es una aporía.

REFERENCIAS

Agamben, G. (2004). Estado de excepción. Buenos Aires, Argentina: Adriana Hidalgo.

Gerez A. M. (2009) Culpa, anomia y violencia, Revista Mal Estar e Subjetividade Vol IX no. 4.1077-1102 en línea. Recuperado el 1 de octubre de 2015

Žižek, S. (1994). Las metástasis del goce. Buenos Aires, Argentina: Paidós.

Žižek, S. (2009). Sobre la violencia, seis tesis marginales. Buenos Aires, Argentina: Paidós.

[1] A la manera como lo entiende Agamben

[2] El imperativo superyoico de goce, es el imperativo de sufrimiento, de ir más allá del principio del placer.

[3] La violentará, no la respetará.0

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